22 febrero 2007

No hace falta ser glamoroso para ser amoroso


Cuando la casa no estaba terminada, muchas mañanas las pasaba en el balcón mientras el gasista, y después el plomero y después el albañil, y después el carpintero rompían todo (todo), y muchos meses después, volvían a recomponerlo. Todo empezó en febrero y terminó como por julio. Muchos de las mañanas las pasaba en el balcón, porque todavía no hacía frío. Cuando empezó el invierno, en el bar de abajo y con la proximidad de los parciales, iba a las siete de la mañana, con el piyama abajo de la campera y volvía a la casa-de-antes. Las mañanas a muchos no nos gustan. Menos cuando para lo que hay que levantarse es para estudiar. Menos cuando dormimos en otras casas y hay que levantarse más temprano para ir a abrirle a alguien.

Pero por fin todo terminó y ahora que la casa está terminada y funcionando, tomamos mate en el balcón, pero también en el living, y en el cuarto, y en la cocina y si queremos, por qué no en el baño y en el lavadero.

Los ladrillos-asientos del balcón yo quería pintarlos de fucsia. (Sí, fucsia, ¿qué?.) Pero terminé negociando pintar las sillas del color que yo quisiera y dejar los ladrillos como dios los había traído a nuestras manos.

Y dedicamos (y agradecemos) a Padre por todo lo que ha hecho (y lo bien que lo ha hecho). Padres hay muchos, pero como el mío, uno solo. *

* Ahí pasó Sigmund saludando por la ventana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el primer asiento en el nuevo asentamiento. Sentar cabeza. Casa nueva, vida nueva- dicen.
m.