15 febrero 2007


La costa en invierno tiene una mezcla de triste y decadente que da positivo. Menos por menos, más. La foto no, pero la anécdota es de un verano. Éramos todos jóvenes y bellos, yo había tomado la férrea determinación de ir a olvidar mi primer amor a Las Toninas. Era decadente, era idiota, era imposible; pero era mi determinación. Fuimos al departamento que la abuela de Ale había comprado para todos los nietos. Llegamos una madrugada pegajosa los tres: Ale, Vero y yo, mal dormidos y con ganas de ver el mar. Los padres nos dejaron el departamento limpio, comida en la heladera, tejo, sombrilla, reposeras, sillas. Todo lo necesario para una semana como-en-familia en la costa argentina. Febrero nos prometía una playa más vacía, no hacer cola para el pool y una tranquilidad que a mí, en ese momento, me parecía sin precedentes.

Con el transcurrir de los días, empezamos a sentir cada vez más un olor horrible, a podrido, a descomposición, a secreción orgánica que provenía de algún lugar indeterminado de la cocina. Vero y yo limpiamos todo con lavandina, compramos trapos nuevos, olimos desesperadamente cada rincón de la heladera, cada tupper. Sacamos la basura, limpiamos el tacho. Nada. El olor, militante, resistía.

La cocina y el living estaban en el mismo ambiente. Además había un baño y la habitación con la cama matrimonial. Desde el sillón del living se veía el horno. Una tarde, esperando que el sol bajara un poco después de almorzar, Ale estaba reposando tirado en el sillón.

- Che. ¿Mis viejos no nos dejaron un poco de asado antes de irse?

Lo que siguió fue rápido. Rapidísimo. Ale abrió el horno, el asado no era asado, miles de gusanos blancos se retorcían, babosos, babientos. Casi se los podía escuchar moviéndose, gritando por haber sido descubiertos, el olor fue profundo y penetrante, tal vez yo grité. Intentamos tirarlo a la basura, Vero prohibió que eso permaneciera en nuestro hogar, yo asentí. Ale se calzó las ojotas y los tres fuimos, con la asadera en una bolsa, portando el botín que nos mostraba vencedores de lo que podría haber sido una batalla, a tirar bolsa, asadera y gusanos al conteiner de la esquina. Incursionábamos en las vacaciones sin padres, jugando a ser una familia, con el tejo en la playa y los gusanos en el horno.

Creo que mucho no lo contamos al volver a Buenos Aires. Tal vez a los más cercanos, a los que sabrían perdonarnos y seguir queriéndonos después de todo.

La foto es de Ostende. Las Toninas no tiene carpas en la playa. Pero tiene otras cosas como una peatonal de dos cuadras con lucecitas de Navidad; un tipo que canta covers de Sergio Denis desde su balcón (que da a la principal) y que vende sus cds desde el living en planta baja. Tiene panaderías que venden pendorchos además de churros, tiene macumbas a la noche entre la arena. Y tiene recuerdos de un año nuevo en la playa, donde también éramos jóvenes y muchos más que tres. Pero esa es otra historia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo leí!
Ahora bien, como todo buen mito de orígenes oscuros, tiene versiones contradictorias. Yo ofrezco la mía. Quien estaba reposando en el sillón, y abrió el horno y sacó la asadera y la arrojó al suelo con todo su contenido, especialmente los gusanillos, fui yo... Y sobre todo, el "tal vez" que viene antes del grito lo cambiaría por una afirmación más segura (pero todos gritamos, eh. Histéricamente). ¿Y vale recordar el upa para ir al baño, para no pisar el lugar del hecho? El resto, la peatonal, los pendorchos, el mar, el amanecer en el mar, las risas, y tantas otras maravillas consignadas en un diario de viaje que nunca vimos, lo suscribo todo. Especialmente el amor familiar.
V.

Anónimo dijo...

todo es cierto. solo que me tomé atribuciones propias de la ficción. pero todo es cierto. Lo que sí, no me acordaba que habías sido vos. Está clarisimo que sos la más valiente, eso no lo dudo, pero lo recordaba a ale. mirá vos. qué bueno que somos muchos para recordarlo.
m.-